Domingo. Agosto. Solazo. Terracita... Asfalto. Pongamos que hablo de Madrid (mientras cuento los escasos 4 días que me quedan para irme de vacaciones).
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Dos de mayo. Madrid. Un domingo de verano cualquiera. |
Como diría la Beckham, "España huele a ajo". Al menos las tostadas con tomate que nos hemos tomado en una
terraza de Dos de Mayo, en un
desayuno dominguero y tardío... de esos que se hacen a las 12.30. Hora en la que no sabes si pedir un café con leche o una caña. Al final... café.
Y aunque monopolizábamos nuestra propia conversación, el deporte nacional de poner la oreja alrededor no podía faltar. A nuestro alrededor gente varipointa y dispersa: dos señoras de más de 70 años tomándose una caña (sin alcohol) y hablando de lápidas mientras las campanas de la iglesia anunciaban la misa de una; un periodista de no sé que revista de cultura dándose el pisto de sus 'contactos con un amigo' (que si escritores, directores, cantantes); una familia alemana con unas pintas más grandes que la niña rubia que les acompañaba...Humanidad ecléctica en las calles de Madrid.
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Terraceando en la plaza. |
Dos de Mayo mola por su
variopintismo sociológico-cultural que mezcla desde el moderneo más malasañero, hasta el costumbrismo más auténtico del ciudadano de barrio de toda la vida (antes de movidas y demás), pasando por el turista que va con la guía de viajes, la Juani por la que Bigas Luna hubiera matado, vecinos paseantes con sus perros y la familia feliz que lleva a sus niños a los parques infantiles de la plaza. Su simbolismo histórico sólo permanece en sus elementos arquitectónicos.